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Y sale el toro

Artículo escrito por Aníbal Vallejo Rendón para su columna de

opinión "Cantabria" para El Periódico El Mundo


En la llamada “lidia previa” se ha preparado al toro para llevarlo al ruedo. Y luego de todas esas preparaciones el toro sale desorientado con el dolor de la roseta de la divisa de la ganadería que es clavada sobre su piel. Se encuentra entonces desconcertado en medio del redondel, con una luz enceguecedora y la algarabía del público asistente. Hasta el momento se ha procurado que no se familiarice con la voz humana. Ahora lo que oye es una multitud anhelante del espectáculo y el acompañamiento de una desafinada banda de música.


La lidia comprende lo que llaman los tres tercios: el de varas, el de banderillas y el de muleta o de la muerte. En estos se utilizan en su orden, la puya (que quebranta), las banderillas (que avivan) y la muleta (que ahorma). Sin utilizar eufemismos en su orden quieren decir que lo doblegan, lo disminuyen en sus fuerzas y lo colocan en la posición requerida para recibir la muerte. Cuando el toro sale del toril tiene mucha fuerza, hay que quitarle rapidez y poderío. Para ello el picador a caballo sangra el toro que pierde fuerzas con la sangre que se derrama por los agujeros de los puyazos. Sale de este primer tercio maltrecho y perforado en sus carnes. En una especie de shock, cae en un estado de postración y luego recibe el castigo de las banderillas. Y pasa al último tercio donde el torero se luce con un animal disminuido que está por caer debido a la cantidad de sangre que ha derramado.


Las normas como que son muy claras. Si los peones de la cuadrilla lo llaman desde distintos puntos, desde distintos burladeros, o si le dejan tirados los capotes para que el los cornee a su placer acabaran por descomponer al animal. Si el toro que está debajo del peto del caballo empuja metiendo los riñones sin mover la cabeza, un puyazo trasero puede hacer que el toro derrote alto, uno delantero que eche al suelo la cara, uno muy caído que se acueste del lado en que recibió la herida . Los banderilleros no deben exigir muchos capotazos para preparar su labor, porque el toro que es tratado así puede descomponerse. Y nada de poner todos los pares de banderillas por el mismo lado.


Ha salido el toro a su último ritual. Desconcertado sin saber qué es lo que pasa en aquel bullicioso lugar, para que en 15 minutos el matador y su cuadrilla le den la estocada final.

En la actual temporada han sido malos los encierros, las ganaderías y los toreros. La plaza a medio llenar no ha respondido a las expectativas de los empresarios. Los comentaristas tratan de buscar a los de siempre en los mismos lugares, y ya no están allí. Los niños han crecido y los padres continúan llevando a otros pequeños para encausarles en la afición. Se refieren a “una fiesta taurina casi agonizante”. Así como dicen que el espectáculo ya no es de sol porque pronto se iniciará la cubierta de la plaza. Ni de sangre porque hay conciencia de suprimir las heridas que sangran al animal. Ni de arena porque el nuevo centro de espectáculos quizás requiera de un piso duro.

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