Pocos años antes de que se fundara la Sociedad Protectora de Animales, la pequeña ciudad de Medellín presentaba tímidos inicios que no presagiaban su desarrollo. En 1911 se estableció la Policía de Aseo, posteriormente denominada Sanitaria. Sus funciones eran atender preferentemente el aseo de la ciudad, la vacunación de animales y la limpieza de los arroyos que cruzaban la urbe. Se le daba facultad para aplicar multas a quienes arrojaran basuras. El acueducto se había dado al servicio en 1909 con la utilización de las aguas de Piedras Blancas y surtía parcialmente la ciudad a través de una tubería de barro, lo cual propició la contaminación por las aguas negras. Para el año de 1912 contaba con sólo 6 automóviles, 18 carretillas, 104 coches y 352 carros. Estos carros corresponden a las actuales “zorras” que junto con los coches eran tirados por caballos. Existían 2 galleras y 5 “cuidos para bestias”, pocos lugares para atender la significativa cantidad de animales en un poblado con 160 edificios de 2 pisos, 43 de 3 pisos, 185 almacenes, 85 agencias y oficinas de negocios, 178 cantinas, 22 tiendas mixtas, 6 billares, 45 prenderías.
Lo que demuestra que el puritanismo hogareño lograba romper las barreras y extrovertirse en un medio machista al cual no tenía acceso la mujer (Cien años de la vida de Medellín, Fabio Botero Gómez, Concejo de Medellín). Para entonces la preocupación latente era la prohibición del tránsito de animales sueltos por la ciudad especialmente las vacas, los caballos y los perros que ofrecían peligro para los transeúntes. Fue entonces cuando la Sociedad de Mejoras Públicas resolvió destinar hasta la suma de $10.000 papel moneda, con el objeto de contribuir a la formación de una compañía para traer un veterinario a la ciudad. Y aparece la preocupación con las “vacas de leche”. El Concejo Municipal, acogiendo presiones de vieja data de parte de algunos miembros de la comunidad y de medios escritos, acordó regular el tránsito de estos animales por las calles. Los opositores a tal prohibición argumentaban que por tal restricción “podría sufrirse en los hogares por la alteración de la leche”. Los detractores por el peligro que ofrecían deambulando por las calles y con sus excrementos por doquier. El servicio de distribución de la leche era puerta a puerta donde los vendedores llevaban las vacas hasta las casas para ofrecer directamente el producto mediante el ordeño manual a la vista de los clientes. No necesitaba de refrigeración ni se sabía nada de la pasteurización, ni de la brucelosis ni de las micobacterias que podían transmitir la tuberculosis. Poco tiempo después aparecieron los repartidores que a caballo transportaban botellas retornables selladas con tapas de cartón y se puso en circulación otro medio movilizado por caballos de tiro: los carritos de la leche anunciada por medio de una campana. Para el año de 1915 la ciudad contaba con 70.714 habitantes y su ambiente puede intuirse en palabras de Don Pablo de Bedout quien solía pasar con frecuencia por el almacén de Don Ricardo Olano, recientemente abierto en el Parque de Berrío. Si lo encontraba vacío, comentaba: “malo, malo... se van a quebrar. No hay ventas”; pero si lo encontraba lleno, sacudía la cabeza diciendo: “malo, malo... se van a quebrar. Están fiando mucho...”. Dos años después se fundaba la Sociedad Protectora de Animales. Acta Número 503 VI Sociedad de Mejoras Públicas, 14 de mayo de 1917: “Se dio lectura al oficio No. 404 del 11 del presente firmado por el señor Presidente del Concejo Municipal en el cual se insinúa a esta Sociedad la necesidad y la conveniencia de que se promueva la fundación de una sociedad protectora de animales...” Y aquí empieza una historia que ya va por los noventa años.
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